Inseguridad: el camino del infierno está sembrado de buenas intenciones

inseguridadLa inseguridad en Argentina sigue creciendo,  y es mucho más que una «sensación». Las políticas y los discursos «inclusivos» quedan en eso: cuando se es incapaz, o corrupto, o ambas cosas a la vez, es difícil poder concretar las buenas intenciones, que terminan empedrando el camino al infierno. Vos, yo, aceptamos el «contrato social»: dejamos atrás las épocas primitivas de la humanidad al subordinarnos a un Estado en el cual delegamos ciertas funciones. La de la protección individual y la seguridad, por ejemplo. Por eso dejamos de p0rtar armas, de aplicar la Ley del Talión o hacer justicia por mano propia. Pero un contrato tiene dos partes a la que ambas se obligan. Y cuando una de las partes no sabe/no puede/no quiere cumplir la suya, la otra queda automáticamente liberada de toda obligación para con la primera y habilitada a hacer lo que crea necesario y conveniente para proveer a su propia supervivencia.

Es sólo cuestión de tiempo que se organicen las Autodefensas Ciudadanas. Y cuando ocurra, el contrato social no sólo estará definitivamente roto; será muy difícil reescribirlo en similares términos. Más nos vale encontrar, juntos, respuestas antes de llegar a ese punto. Y antes que algún lector avispado me diga porqué no propongo algo (como si como ciudadano de a pie tuviera la obligación de tener las respuestas que se suponen deben tener los funcionarios de holgados sueldos que nosotros pagamos), escribo que esas respuestas tienen que venir por exigir, a gobernantes actuales y futuros, respuestas claras primero y acciones coherentes con esas respuestas después.  Y votar en consecuencia.

Estoy plenamente de acuerdo con el concepto de inclusión. Tanto, como con el concepto de represión. Porque si algo comparten ambos términos, es que ambos han sido totalmente desvalorizados y desvirtuados de su esencia. Hoy, en Argentina la inclusión es que te den bien las estadísticas de la cantidad de pibes que figuran concurriendo a las escuelas, aunque sea para cobrar asignaturas, aunque su rendimiento y la calidad educativa esté en su peor momento. La ministro de Educación de la provincia de Buenos Aires aparece en un programa televisivo defendiendo al gobierno actual, al reclamar a los periodistas la suficiente difusión del premio internacional ganado por unos docentes de su administración ante la presentación de un proyecto. La misma ministro que meses atrás, cuando las pruebas PISA nos enviaban al fondo a la derecha en el ranking internacional de calidad educativa, defendía el modelo diciendo que esas pruebas eran «intrascendentes» porque reflejan una «idiosincracia ajena al sentir nacional». Vale decir que, cuando nos conviene, los parámetros internacionales son dignos de destacar y, cuando también nos conviene, son dignos de vapulear.

Y se ha desvalorizado el concepto de «represión» porque se la asocia maquiavélicamente a épocas de Dictadura, cuando se trata de una lícita herramienta que tiene el Estado para combatir aquello que afecte ilícitamente a las instituciones y los individuos.

Y esa «inclusión» que justifica cualquier cosa, y una execración de la «represión» que también justifica cualquier cosa. Y que demuestran que no hay peores mentiras que las medias verdades. Porque los delincuentes, amparados por un pensamiento «garantista» (y la falta de infraestructuras penitenciarias) ocupan menos de su útil tiempo detenidos que el que ocupa la víctima haciendo la denuncia, asistiendo al juzgado si le citan para todo tipo de trámites o yendo a revisaciones forenses.  Pero el discurso seudo intelectual, seudo «progre», hipnotiza a gente adulta con inmadurez emocional adolescente que, apéndices de la sociedad de consumo después de todo, compran «envases» y no cuestionan los «contenidos».

Si los argumentos «inclusivos» fueran ciertos en términos generales, tanta gente casi analfabeta que uno ha conocido, tanta gente de campo adentro, tantos miembros de las comunidades de Pueblos Originarios serían masivamente delincuentes, porque se criaron, crecieron y viven sin cultura y educación formal. Y no veo que sea así. Si la falta de oportunidades y la pobreza empujara al delito, uno habria crecido entre delincuentes, porque en el barrio de la infancia había muchos pobres. Si la falta de trabajo justifica el mal camino, metan presos ya a varios amigos míos que están desocupados porque eso, seguramente, es prueba que son delincuentes en potencia. Sé que no existe un absoluto y tan mentado «libre albedrío», y que la familia en que creciste, los modelos sociales en que te moviste condicionan muchas cosas. Pero en la íntima convicción del ser, vos, yo, el delincuente que hoy aparece en las páginas del diario sabemos perfectamente qué está bien y qué está mal. Hay obviedades cósmicas que no requieren haber terminado la escuela primaria ni tener obra social, prepaga o tarjeta de crédito.

Y dejemos de ser hipócritas, todos.

– Si los reos salen pronto en libertad porque las cárceles están colapsadas, pidamos que construyan las que sean necesarias, mientras seguimos incluyendo, educando y protegiendo, porque una cosa no excluye la otra y porque no es lo mismo lo urgente que lo importante.

– Dejemos de hacer sentir como desclasadas a las Fuerzas de Seguridad por hacerles pagar con perseverancia kármica los crímenes que sus antecesores cometieron hace cuarenta años, y dotémoslas de recursos, logística y respeto por sí mismas para que cumplan el rol que les corresponde.

– Digámosle en la cara a los «progre» lo que sabemos que es cierto: que conocemos muchos ciudadanos que han sufrido en carne propia, o en alguno de sus seres queridos, el flagelo del delito y entre ellos habrá quienes serán aún así «garantistas» y quienes querrán más «derechos humanos» para las víctimas. Pero entre los seudo «progre» de discurso garantista no hay uno sólo que haya pasado por ese trance y siga sosteniendo el mismo discurso. Esto no es prejuicio: es una verdad estadística.

– Si les disgusta la idea del Servicio Militar, hablemos de Servicio Social Obligatorio. Y a los que denuestan contra lo primero, recordando episodios penosos de la época del Servicio Militar Obligatorio, su autoritarismo despótico, señalémosle su brutal contradicción: hoy, las Fuerzas Armadas -eso dice el discurso oficialista- responden ideológicamente al modelo «nacional y popular». Por lo tanto, ya no son aquellas Fuerzas Armadas. Entonces, ¿cuál es el problema de integrar a la juventud ociosa, a los Ni-Ni («Ni estudian – Ni trabajan») a éstas fuerzas?.

– Reconozcamos que no basta con una intención loable: hay algo que se llama «eficiencia». Y si no la hay, hay otro algo que se llama «prescindibilidad». Y reconozcamos que echar la culpa a «los otros», a los que «estaban antes», aún siendo cierto, no modifica en nada la realidad. Ni aunque la culpa haya sido de los «fondos buitres» que hoy, parece, tienen la culpa de todo desde el hundimiento del Titanic para acá.

– Discutamos si realmente necesitamos leyes más duras, o basta con que se cumplan estrictamente las que ya existen, y sólo, entonces, modificaciones al Código Procesal Penal. Que en tantas casas haya un ejemplar de cualquier revista de modas pero no uno de la Constitución Nacional del que la enorme mayoria sólo recuerda (malamente) el Preámbulo por haberlo repetido de memoria en la escuela, tiene que ver con esos problemas.

– Que se mantengan los planes sociales y las asignaturas, pero que los primeros respondan a contraprestaciones monitorieables en trabajo comunitario obligatorio, y las segundas a parámetros de calidad además de cantidad.

– Que las policías tengan acompañamiento jurídico y político, y que esa política vuelva a la «teoría de las ventanas rotas» (el primer delito es castigado con firmeza y no con liviandad, precisamente para que sea el primero y último). Abandonemos frivolidades que tratan de pasar por «ideas evolucionadas», como cuando se boicoteó el proyecto de dotar a la Policía Federal Argentina de «pistolas TASER» (armas eléctricas de paralización) porque, según grupúsculos de izquierda y agrupaciones de «derechos humanos», «recordaban las épocas de picanas eléctricas», razonamiento de una mediocridad insufrible que avaló muchas muertes quizás evitables de esos mismos delincuentes ante una policía que, desprovista de la posibilidad de armas paralizantes, tuvo que seguir haciendo uso de armas letales.

. Dejemos de ser «políticamente correctos» para la foto. Reconozcamos que exigir más seguridad, planes de contención y presión del delito serios y ejecutables no es «ser de derechas» porque, insisto, los que se pierden en los meandros del discurso «perdonavidas» más que garantista, están simplemente comprando un «discurso de ventas», un fárrago de palabras que aumenta la producción de exitocinas en su cerebro, un cerebro que «escucha el cuento de hadas» con infantiloide satisfacción, bastándole para autogratificarse aun viendo la triste realidad que los cuentos son sólo eso. Cuentos.

Tengo otras ideas, pero por momentos me pregunto si volcarlas es algo más que una circunstancial catarsis que trata de exorcisar la pena inmensa de haber sido testigo, en el corto tramo de historia argentina de mi vida, de un país orgulloso de su nivel cultural, donde aún en las grandes ciudades asombraba al turismo la seguridad de pasear por sus calles a cualquier hora, devenido en franco deterioro en un espacio territorial dominado progresivamente por Señores de la Guerra con soldaditos lobotomizados por la droga….

Un comentario de “Inseguridad: el camino del infierno está sembrado de buenas intenciones

  1. KRell dice:

    Estamos de acuerdo Gustavo…
    Estamos de acuerdo en que lo evidente, lo palpable no se debe maquillar.

    La verdad es que en nuestro país, Argentina, uno sale a la calle y si decide realmente «ver» las cosas tal y como son se encuentra con deterioro gradual en todos los aspectos.

    Lo que mas me preocupa a mi particularmente son los jóvenes de mi generación. Yo, seriamente, observo lo que son los jóvenes ahora y luego pienso….
    En los años próximos Serra que, como son ahora, ¿¿seguirán «siendo» después??.
    ¿O será que son solo cosas de «esa» edad que luego desaparecen por madurez?
    Aunque no por ser joven uno es inmaduro, verdad?

    No trato trato de ser ni positivo, ni negativo en la vida. Siempre hago lo posible por observar las cosas como realmente son y se ven. Es entonces cuando lo que observo en la juventud me inquieta, porque ellos son los «adultos de mañana». Y también lo que uno aprende se lo transmite después a sus hijos. (incluso si los valores son evidentemente negativos).

    Un saludo amigo!

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